La violencia no necesita que le den días, sino que se los quiten. Para empezar es imprescindible que el Código Penal tipifique los delitos de Violencia Simbólica, para poder por ejemplo denunciar a la Real Academia de la Lengua Española por las definiciones que perpetra en el DRAE acerca de lo Masculino y lo Femenino, a saber: 3. adj. Varonil, enérgico. Y 6. adj. Débil, endeble. Eso sin entrar a valorar las acepciones relativas sobre quién es el sujeto fecundante y quién el sujeto fecundado, algo perversamente asociado a la pasividad y la actividad “connatural” de los sexos que poco o nada toma en consideración los estudios científicos que ratifican algo que ya sabíamos, la poderosa capacidad del óvulo para moverse y decidir.
La verdad es que no sé como empezar. No quiero parecer dogmática, pero estoy tan segura de lo que voy a escribir que podría serlo sin temor a equivocarme. Intentar resolver los feminicidios que están sucediendo es una tarea compleja, porque no es un problema individual sino colectivo: una sociedad patriarcal que asesina mujeres es una sociedad enferma. Sin embargo, intentar prevenir los feminicidios que pueden acabar perpetrando vuestros hijos sobre vuestras hijas, no sé si lo habéis pensado, quizás pueda estar en manos de la sociedad que estamos construyendo.
Lo que aquí se plantean son ideas preventivas muy sencillas, que pueden parecer ingénuas y carentes de valor, lo serían si en verdad las personas dispusieran de tiempo para educar a sus vástagos, contrarrestando los valores nocivos que el sistema en el que estamos buceando nos inocula sin saberlo.
Para poder entender estas ideas y llevarlas a cabo se necesita pasar antes, para completarse un poco como ser humano, por tres estadios irrenunciables: Educación, Toma de Conciencia y Liberación.
La educación que recibimos no es la educación de la que hablo. La educación de la que hablo es la educación de género, que permite tomar conciencia de cómo el sistema educa a los seres humanos para que perciban sus pequeñas diferencias de género/sexo como posiciones “naturales”, opuestas e irreconciliables en continua lucha. La educación que recibimos habitualmente es una educación insostenible que satisface al sistema opresor, también y sobre todo en los últimos tiempos al capitalismo, yendo en contra de los intereses de las personas.
Os pongo un ejemplo sencillo: ¿las diferencias anatómicas de nuestros pies, justifican una diferencia tan abismal entre el calzado fabricado para el hombre y el calzado fabricado para la mujer? Se trata de una diferencia que asumimos desde nuestro interior, bio-regulándonos para satisfacer el reconocimiento social, y que se enfatiza cuando queremos “vestir bien”. Este sencillo gesto se traduce en diferencias injustificables de dolor, velocidad, seguridad y confort, articulándose sobre la base de la estetización (el dañino embellecimiento) de la diferencia.
A estas alturas del párrafo ya habréis intuido que no es fácil renunciar a presumir de maravilloso tacón de aguja siendo mujer (pisa con garbo, morena) y a calzar un maravilloso diseño italiano siendo hombre. Por lo que ya es fácil advertir que esta educación se alcanza en la madurez, yendo contracorriente y que aunque proporciona libertad, requiere de tanto esfuerzo como displacer.
Esta educación podría denominarse educación en el feminismo. En ocasiones se tiende a confundir el término feminismo con el término mujer. De ahí se deriva la popular extrañeza de que muchas mujeres sean más “machistas que los hombres” y se piensa, por este mismo sistema de exclusiones, que un “hombre no puede ser feminista”. Craso error.
El feminismo es inclusivo. Es feminista quien lucha por la igualdad de derechos y deberes de los géneros, sea hombre, mujer o trans. Es machista quien acepta y promueve la prepotencia del sexo masculino sobre el femenino, sea hombre, mujer o trans. Las palabras son esclavas de quienes históricamente han promovido en su origen estas actitudes, lo que no significa que estas actitudes deban mantenerse ancladas en un sexo concreto.
Sin embargo, la educación que recibimos del sistema es eminentemente machista, de ahí que tanto mujeres como hombres sean voluntaria o involuntariamente machistas a menos que decidan estudiar, leer y educarse de forma autodidacta para cambiar su sistema de pensamiento y poder visualizar el mundo en el que viven con una amplitud de miras más lúcida, humana y consciente. Es lo que Gemma Lienas llama muy acertadamente, las Gafas de color violeta.
El esfuerzo de las mujeres que fueron, por ejemplo, sufragistas o activistas radicales del feminismo en los años setenta ha permitido que hoy nosotras vivamos cómodamente de sus rentas. Es decir, que podamos calzar un zapato de tacón de aguja o una bota de montaña según la circunstancia lo requiera, sin avergonzarnos por ello. Que podamos barrer las calles o detentar una cátedra sin avergonzarnos de ello, que podamos criar a nuestros hijos o decidir no tenerlos sin avergonzarnos por ello, (aunque los obispos consideren lo contrario) que podamos cortarnos el pelo o llevarlo largo, vestir falda o pantalón, ir solas por la calle, casarnos o quedarnos felizmente solteras, votar y participar en las decisiones públicas, todo ello sintiéndonos muy orgullosas de ser como somos, sin renunciar a un ápice de nuestra humanidad.
Hacer esto, es decir, disfrutar de ese “poder de elección”, no convierte sin embargo, a una mujer en feminista. Poder elegir sin crear nuevas opciones de elección nos convierte en personas acomodaticias que sin saberlo ni quererlo, ponen en peligro para las generaciones venideras posiciones de poder que ganaron para nosotras, con mucha sangre a veces, nuestras abuelas.
¿Pero qué pasa con los hombres? Los hombres no pueden aún calzar un zapato de tacón según la circunstancia, es decir, aunque quisieran no podrían ir a un evento con falda y tacones sin sentir vergüenza, vergüenza ante los otros hombres. Una vergüenza tal vez relacionada no sólo con una apariencia “incorrecta” sino con las acciones subsiguientes, por ejemplo con no poder caminar rápido, firme, seguro y confiado sino reculando tras “su mujer”, algo que nosotras hemos aprendido a hacer, o al menos lo intentamos, independientemente de la barrera física que la sociedad nos impone y nosotras aceptamos gustosamente, a saber el maldito pero elegante tacón de aguja, la suela de papel y la punta estrecha.
La vergüenza comienza para los hombres cuando apenas tienen cinco años. Este es el drama y este es en parte el origen viscoso de los feminicidios. Los niños varones de cinco años que juegan con muñecas son estigmatizados por sus compañeros de juegos. La vergüenza se apodera de ellos si muestran interés por el juego simbólico afectivo, de modo que a esta edad el niño varón ya está siendo abocado a manifestar en su edad adulta una incapacidad para la emoción, el afecto y el cuidado, aptitudes que como ser humano posee y tiene no solo el derecho, sino la obligación de desarrollar y potenciar.
Id a un espacio comercial de juguetes, uno sin “educación” que son la inmensa mayoría, y decidme ¿Cuántos muñecos varones con forma humana hay en el lineal? Uno (el casadero Ken) o ninguno, desaparecieron los madelmanes, los geypermanes, que ya eran algo bestias aunque comparados con los de hoy parecen débiles y endebles, e incluso desaparecieron mis amados argamboys, tan conceptuales. Quedan los cliks, sí, pero para los niños de menos de 30 años no cuentan, son una deliciosa rémora nostálgica.
Los “muñecos” para el segmento “niños varones” son hoy por hoy bestias o transformers. Cada vez que le regalas a tu hijo un muñeco en el que la industria ha potenciado los valores agresivos premias esa faceta suya, le invitas a desarrollarla, a identificarse y soñar. Mal que te pese, le estás diciendo sin saberlo: -por tu inhumanidad ( va incluso más allá de lo enérgico y lo varonil) te amarán, como yo te premio y te amo.
Ahora pasea por el lineal “rosa”. ¿Qué valores potencian las “muñecas” para niñas? Los valores asociados al rol reproductivo o sexual. Sin apenas excepciones. Cada vez que a tu hija le compras una princesa rosa, un bebé o una Nancy hipersexualizada (antes era una persona, ahora lleva botox) le estás diciendo mal que te pese y sin saberlo: -por tu sexo, tu belleza y tu ternura (débil y endeble) te amarán como yo te premio y te amo.
¿De verdad nuestras diferencias anatómicas justifican tales diferencias en el objeto fundador del juego simbólico infantil? Repito, infantil.
Pero tus hijos y tus hijas te lo piden, sí, no “desean” otra cosa. Observa que además esta desvirtuación plastificada de la humanidad aparece siempre en grupo, por colecciones. Así, él o ella, te pedirá la colección completa. Te pedirá que reafirmes tu opinión una y otra vez, que reafirmes su conducta, algo que además favorece el síndrome obsesivo compulsivo por acumulación. Lo saben quienes diseñaron la colección, quienes la atractivan con un cruel merchandising y la fabrican en China con el único objetivo de hacer fortuna sin pensar en las consecuencias de sus actos, porque es imposible aceptar que alguien sea consciente de esto y siga contribuyendo a ello.
¿Exageración? La segmentación de mercado alienta la distinción por sexos hasta estadios repugnantes con el único objetivo de vender el doble. Y lo dramático es que lo consiguen. Ya no hay apenas bicicletas, ni guitarras, ni pianos, ni raquetas, ni monopatines infantiles que no sean rosas o azules. La funcionalidad del instrumento hace inoperante su color, de modo que es todo una inmensa y cruel estupidez acorde, entre otros, con los postulados de la RAE.
El juego permite que el ser humano desarrolle sus capacidades, la psicomotricidad, la afectividad, la interrelación, el pensamiento lógico, la estructuración, el equilibrio, la autoconfianza… Cada vez que privamos a un ser humano chiquitito de jugar con uno de los objetos que le ayuda a estimular una parte de sí, le privamos de esa parte de sí. Por eso tal vez no hay hombres apenas trabajando como cuidadores en las guarderías, por eso no hay apenas mujeres con conciencia, aún, en los puestos de poder.
Bourdieu definió magistralmente el concepto de violencia simbólica para describir las formas de violencia no ejercidas directamente mediante la fuerza física, sino a través de la imposición por parte de los sujetos dominantes a los sujetos dominados de una visión del mundo, de los roles sociales, de las categorías cognitivas y de las estructuras mentales. Una violencia dulce, invisible, que viene ejercida con el consenso y el desconocimiento de quien la padece, y que esconde las relaciones de fuerza que están debajo de la relación en la que se configura.
Desenmascarar estas formas de violencia dulce pasa por ejemplo por leer desde estos presupuestos la película “Amanecer” como: la historia de una chica de apenas 18 años cuya máxima preocupación en la vida es dejar sus estudios, abandonar su clan familiar emigrando a la familia del linaje del varón, siguiendo el modelo patrilocal de las sociedades más retrógradas y ser «entregada por su padre» a su futuro marido para casarse, atención: por el rito católico con un demonio guapo que no le conviene, perder la virginidad con él, embarazarse, defender un embarazo de riesgo y por último morir a manos de ese chico y de su amigo, que le rajan el vientre a lo bestia montando una sangría, la muerden salvajemente y la torturan, “salvándola” al “transformarla”.
El drama es que mientras la audiencia, femenina y adolescente del 2011 jalea con ardor e incomprensible envidia todas y cada una de las decisiones que la conducirán al feminicidio, nosotras nos revolvemos en este post y nuestras abuelas sufragistas se revuelven en la tumba.
La pregunta que surge es ¿Qué ha pasado? ¿Cómo se ha gestionado la influencia tóxica de todos esos valores inoculados de forma asquerosamente dulce? ¿Y que podemos hacer, nosotros y nosotras para mejorar no sólo nuestras condiciones de vida, sino las condiciones de vida de las próximas generaciones?
Yo creo que educarnos, tomar conciencia y hacer libremente lo mejor que sabemos lo que sabemos hacer por el bien común, ya que cada parcela conquistada personalmente será un terreno ganado que nos permita disfrutar de un derecho común, nuevo, compartido e inalienable. Empieza por ejemplo leyendo “El Diario Violeta de Carlota”, y pidiéndole a los fabricantes bicis verdes y bestias bellas, ya me contarás.
TREMENTINA LUX
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