“Las ideas dominantes de cada época son siempre las de la clase dominante”.
Por eso hablamos de dinero y no de arte o de cultura con minúsculas.
Las palabras, cautivas de las ideologías para las que se constituyen en medios, necesitan ser urgentemente rescatadas, redefinidas por un uso sostenible. Por eso es difícil hablar de democracia sin ponerle comillas o adjetivos que contribuyan a su resignificación, a una completud semántica pervertida por el abuso a que se la somete.
Democracia, popular, social, libertad, felicidad, capital, clase, obrero, raza, religión, real, hombre, mujer, honestidad, honradez… son grandes palabras prisioneras. Obligadas a cargar en su abstracta definición con el estigma de la desigualdad han sido presa fácil para la inoculación de significados que las comprometen siglo tras siglo a ser transmisoras de virulencia, disensión en la interpretación y falta de entendimiento entre los seres humanos.
Siguen libres por ejemplo palabras como taparrabos, estaño y pulular. A nadie le interesan como vehiculadoras de mensajes altamente politizados, menos mal que siguen existiendo los poetas.
Por eso es difícil buscarle una palabra amiga a «democracia», una palabra en cuya compañía la democracia sea de nuevo la naranja completa que el cuchillo de la época ha partido en dos. Parece que hoy la «pobre» democracia desea recobrar de nuevo, en el contexto político y social, un estatus elevado que le permita alcanzar el amor de sus de-votos.
Por su parte, «real» tiene varias y controvertidas acepciones. Se dice que es aquello que tiene existencia verdadera y efectiva, lo auténtico. Se habla también en el contexto audiovisual de hiperrealidad y de inmersión en la realidad virtual. El deseo de algo más real que lo real mismo supone un anhelo de perfección casi inhumano. Sin embargo, real en su otra acepción (lo perteneciente o relativo al rey) sigue ligado a la desigualdad de clases, funciona por oposición a lo democrático y a lo meritocrático. Real es una palabra inhóspita: dice una cosa y hace otra.
Por eso, la palabra Democracia junto a la palabra Real consuma un maridaje de alto riesgo, un contrato verbal que transmite un mensaje idealista al tiempo en que perpetra un mensaje altamente oximorónico.
No era tarea fácil buscarle partenaire a una palabra tan privada de significarse positivamente en este espacio social: ¿democracia liberal, democracia social, democracia popular, democracia verdadera, democracia capital, democracia feliz, democracia pululante, democracia taparrabos…? Las palabras que servirían están secuestradas y las que quedan libres nos empujan al surrealismoque es una categoría poética de la realidad injustamente mal vista en lo político.
La guerrilla pacífica del mayo español está caracterizada por la lucha de clases. La lucha de los pequeños (muchos, desorganizados, emocionalmente activos, espontáneos, movilizados y sin poder) contra los grandes (pocos, organizados, fríos, calculadores, inmovilistas y poderosos).
Era sin embargo Bourdieu quien afirmaba que las clases sociales no existen. Lo que existe es un espacio social, construido individual y colectivamente mediante la cooperación y el conflicto, en el cual las clases no son algo dado, sino algo a hacerse. Así pues, los grupos ocupan posiciones en este tablero de la vida según los principios de diferenciación más eficientes en las sociedades avanzadas: el capital económico y el capital cultural.
La posición “alternativa” se construye sobre una palabra que ya es en sí una trampa puesto que en su propia definición se halla implícita la posición hegemónica, en los términos en que Gramsci entendía la hegemonía, a la que difícilmente se podrá perturbar.
Esta posición alternativa refrenda las posibilidades de los partidos minoritarios contra los grandes partidos. Se fundamenta en una identificación del “pobre pueblo ninguneado” con los “pobres partidos ninguneados”. Solivianta los ánimos de cambio, canaliza la rebeldía propia de la subcultura juvenil (la cultura dominante permite estos deslices a sabiendas de que cederán con la exposición prolongada a la socialización) y la disforia del que no está temporalmente en el yugo del tripalium, (que también callará cuando se sienta querido por una empresa) eleva el tono del idealismo y sin embargo propugna una amarga crisis de fe en las instituciones y las estructuras que le son propias a la lucha de clases, los partidos y los sindicatos, es decir, quiebra la posibilidad de organizarse en la medida en que las organizaciones se personifican como corruptas.
¿Es esto un logro colateral del biopoder? Qué rabia da tener la sensación de que hasta cuando intentamos algo loable somos utilizados por la cúpula choricera para seguir sirviendo a sus fines.
Sin embargo, las acampadas regeneran el sistema, inyectan ilusión en un mañana mejor y eso permanece. Los rotuladores escribiendo en cartulinas y los mensajes en las redes sociales son utilizados como armas sencillas, placebos que operan una especie capacidad autocurativa de la democracia para defenderse de ese mal endémico que, en palabras de Botton, podríamos denominar “la convicción de inocencia, que es la postura de los que utilizan el radicalismo político como forma paranoica de evitar la autocrítica”.
La revolución de este mayo produce sensación de activismo, de que algo pueden hacer quienes son discriminados por su inactividad en la contribución a un presunto estado de bienestar en el que se les tiene prohibida la peligrosa asociación “parado feliz”. Y es que el que no obra con su mano acaba por obrar con su cabeza.*
Los grandes partidos utilizan estrategias de defensa para desacreditar el movimiento y los pequeños oportunistas ven por fin su oportunidad. Rousseau razonaba que hay dos formas de enriquecer a las personas, darles más dinero o frenar sus deseos. Pero la riqueza no es algo absoluto, se relaciona con el deseo y el voto es hoy por hoy una riqueza muy deseable.
Alain de Botton en “Ansiedad por el status” proporciona tres historias antiguas sobre el fracaso y que en gran parte sirven a las consignas de la spanish revolution, atención:
1. Los pobres no son responsables de su situación y son la parte más útil de la sociedad.
2. El status inferior carece de connotaciones morales
3. Los ricos son pecadores y corruptos y han logrado sus riquezas robando a los pobres.
Y tres historias nuevas sobre el éxito que producen ansiedad, que empiezan a formarse a mitad del S. XVIII:
1. Los útiles son los ricos, no los pobres.
2. El status propio tiene connotaciones morales, el auge de la meritocracia
3. Los pobres son pecadores y corruptos y deben su pobreza a su propia estupidez. Darwinismo social
Por eso cabe tomar con cautela histórica todos y cada uno de los argumentos. Plantearse quizá por qué no es esta una lucha de género, raza, credo y sí de dinero cuando algunos partidos minoritarios autorizados hacen de la xenofobia y la misoginia su consigna ideológica. Y por qué nace de nuevo esta lucha de clases, la de siempre, y como siempre desorganizada y sin visos de organización.
Plantearse quizá, que en un país con una monarquía parlamentaria al borde del colapso sucesionista, la consigna Democracia Real Ya, nacida en el seno de la clase media-baja y propugnada por ella con fervor, en pancartas, carteles y tweets, por todas las plazas del país, puede contribuir, como un filtro de vaselina ideológico, a suavizar un período de sucesión eminentemente próximo y sospechosamente, temido. A familiarizarnos con una consigna felizmente autoimpuesta en el imaginario social colectivo. ¿Nacida con otra intención? Puede, pero recordemos, las palabras están cautivas, mal que nos pese. Y nunca ha sido fácil convencer al pueblo llano de que acepte una sucesión (no meritocrática) a la corona real, incluso en los tiempos que corren, de la pertinencia de ese anacronismo vitalicio que es la realeza.
¿Puede hacerse otra lectura de esta coincidencia del slogan alternativo con la proliferación de narrativas simbólicas, (realitys, series y documentales) destinadas a justificar desde la emoción y la empatía, pero también desde un pretendido rigor informativo, la presencia necesaria de la Casa Real como instancia superior y salvatífica de un pueblo que ha perdido la confianza en que las instituciones democráticas puedan seguir representándole?
¿No existe la convicción ya, eficientemente construida por los medios, y enlazada por este aprecio feudal hacia la clase más pobre, de que no es la primera vez que esta salvación se produce? ¿De qué ya dignificó el sistema democrático su intervención en la transición? ¿Nadie lo ha pensado antes y nadie considera oportuno pensarlo ahora? Los poderes funcionan así, con distractores tan bestiales que cuando alguien los plantea lo tachan de trivial o locuelo. ¿Exagero? Ni idea, más que hiperrealista soy más bien irrealista. Tiempo al tiempo.
Feliz urna dominguera.
TREMENTINA LUX
* Es la una de la madrugada. Vengo de la asamblea de la Plaza del 15 de mayo. La piel de gallina, ya no es sólo una sensación, es el principio de la Historia que escribiremos mañana, juntos, sin que nadie la escriba ya nunca más por nosotros. Si, caray, lo es.
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