Quién soy y qué hago

Soy TREMENTINA LUX, soy artista plástica, teórica y práctica de la comunicación audiovisual y los estudios de género. Pinto, escribo, leo, locuto, diseño, fotografio, reflexiono y analizo. Todo esto, sobre todo, me hace evolucionar como profesional y como persona, me motiva y me divierte. Creo este contenido para ti, que me lees y para mí, que también me leo. Soy del mundo y vivo en Valencia.

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ABANDONED SNOW

Abandoned Snow

Anoche había aún gente en las carreteras. En los lindes de las carreteras, con frontales, iluminándose en grupos pequeños, como caminantes desterrados en un lugar inhóspito. Pese a los cortes en las carreteras, o gracias a ellos. Había gente en los barrizales, los vertederos y los clubes de alterne expoliados donde se vendían cuerpos calientes sin papeles. Había gente en los campos segados, cuando la luz se pone crepuscular, a las siete de la tarde en plazas sin farolas, sensación térmica de un grado. Gente por todas partes, en busca de lugares solitarios, caminando con la cara tapada, encapuchada, sin luz, en los lindes, junto a los campos pequeños y los basureros fantasma. Estaban allí, con las capuchas puestas y las linternas, el coche parado en el arcén, fuera del coche, pese al frío. Había muchos coches detenidos en el arcén y mucha gente fuera de los coches. Sonaban las sirenas de la policía, por todas partes, en todos los cruces, durante todo el trayecto, kilómetros enteros, las luces azules y las sirenas de la policía y el hielo en las ruedas haciendo imposible la otra huida. La imagen esa, el ruido incómodo ese. La nieve, oscura ya pisada, convirtiéndose en hielo escurridizo, en lodazal ruidoso, el cielo ensombrecido por la primera noche cayendo y las luces de los frontales, como quien busca a la víctima que no aparece entre los matorrales bajos y los almendros tiesos, como un rastreo, por todos los rincones, por cada rincón entre una ciudad y otra, en plena búsqueda en un radio intenso a la redonda, frío, mucho frío. También en las aldeas. La gente echada a los campos, exiliada del calor confortable de sus vehículos, salida de no se donde, a las noche de la tarde, efluvio del día.

Os narro esta, la imagen ayer, la vista en persona, la real. La otra imagen secuaz fue vista en la tele. En la tele y en las redes y en los memes a todas horas: la nieve. La gente en la nieve, chapoteando con botas altas en la blanca soledad de grupo, en una especie de locura colectiva, de orgía rara con mucha ropa y distancia social. Cantando lo que no cantaron en Nochevieja en la puerta cero. La gente saliendo a las calles en el centro de la península, con las palas y las botas, personas que se aventuraron con el aliento humeando a gritar palabras de sus gargantas sin mascarillas. Ayer. La convicción colectiva de que había que acreditar la presencia de la nieve, esa extraña bienvenida, esa desconocida. Ayer el colapso de la manada furibunda y tierna, con un único imperativo, así funcionamos. Ayer la nieve certificaba la vida, lo vimos en los telediarios.

Hordas de familias confinadas que deberían estar tomando un chocolate caliente en sus casas (o en las chocolaterías de barrio que acabaran cerrando, maldita sea, para siempre) salieron a ver la nieve que se les decía en los medios que había caído, para sentirse vivas, para certificar la vida. Así saber que somos, que existimos: romperse la uña buscando una piedra ojo, una nariz piña, mojarse el culo al tirarse por la pendiente, hacer el ángel espachurrada en la nieve, así los dedos meñiques congelados en el abrazo al árbol nevado, así las risas y los trineos en los que nos tiramos cuesta abajo en esta loca carrera por sabernos felices y celebrando con los sentidos a mil, la fiesta de la carne.

Sí. Porque ayer las gentes reían. Miles de personas reían. Reían fuera de sus coches precalentados, fuera de sus casas confortables, fuera de sí, fuera de la normalidad anormal. Reían en la noche crepuscular, reían pese a las prohibiciones y los cortes de carretera. Esa obcecación por reír y descubrir y alegrarse. Reían en los lindes de las carreteras, junto a los vertederos de mierda llenos de latas de químicos y sofás y plásticos abandonados por idiotas que pensaron que jamás nadie saldría por la vía de servicio a ese bosque improvisado a delatar su fechoría medioambiental.

Ayer miles de personas sintieron la llamada salvaje de la naturaleza y colapsaron los campos y los sembrados nevados para tirarse bolas de amor a la cabeza y partirse de nieve y morirse de risa improvisando en la gélida noche la alegría de la vida. Ayer los burdeles abandonados se vistieron de consciencia colectiva y en sus fuentes con chorros inexistentes brotó la certeza y la fuerza y la voracidad de seguir con vida y disfrutarlo. Que nadie cuestione ya el instinto de supervivencia y la llamada salvaje de la naturaleza. Que lo que buscaban con frontales entre los almendros sin luz era la risa perdida secuestrada por el terror y la vida que no es vida, enlatada en conserva, apretada en el frigorífico de los días prohibidos

Que anoche en los lindes de las carreteras, estaba la risa, impúdica y soberana, ajena a los cantos de las sirenas, en cada niña, en cada niño, en cada caniche con hielo en el abrigo y restos de nieve en las encías. La vida no sabe de escondites, sale fiera y sabia a cada momento. La vida no se congela, fluye y busca por instinto la permanecía. Rompe el asfalto, saca la yema, se agarra con fuerza a la tapia, resiste el peso de la nieve en las ramas, la vida es eso, sin razón razonable, la vida muerde y se hace risa para romper el maleficio a que nos somete la fatiga suprarrenal. Olla a presión, fluido en el canasto de mimbre, estado cambiante, leyes de la termodinámica. Tiempo al tiempo, nieve somos y en agua nos convertiremos.

TREMENTINA BORDERLUX

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