El discurso artístico femenino lleva algunos años irrumpiendo con fuerza en el panorama del Arte. Ese Arte, tan diagnosticado de muerte, está ahora absolutamente pegado a la vida.
En el caso de Sophie Calle esta operación se efectúa invirtiendo el esquema utilizado hasta el momento. No es el arte lo que se aproxima a lo cotidiano. Es lo cotidiano lo que penetra en la esfera del arte en forma de autobiografía, de confesión intimista. Sophie Calle cuestiona los roles sociales, la identidad del deseo y la preeminencia del orden masculino. Lo hace basándose en una suposición de realidad, de verosimilitud. Así, la realidad marcada por el exhibicionismo se vuelve sospechosa, se vuelve excepcional, intrigante. En este sentido el discurso de Sophie Calle aporta nuevos puntos de vista, amplia el vocabulario de los métodos expresivos y se reafirma en la narración, en la explotación pública del yo privado como única fuente del conocimiento para plantearse el problema de la identidad y la otredad. El juego de Sophie Calle introduce ante todo la necesidad de la duda, del descrédito por todo aquello que está establecido y parece incuestionable. No sabremos nunca quien es Sophie Calle por más impúdicamente que se nos muestre. La pregunta es, ¿de quien hablamos cuando hablamos de Sophie Calle, ¿de quien hablamos cuando hablamos de nosotros mismos?
Guardar constancia es una actitud ante la vida que ella ha sabido reconvertir en proyecto artístico. Para no olvidar la experiencia propia y la experiencia ajena, Sophie ha establecido unas reglas del juego que sigue y obliga a seguir rigurosamente. Organiza acciones con un principio y un final permitiendo en el desarrollo un grado de espontaneidad controlado. En la obra de Sophie Calle los hechos determinados por el azar acaban siempre convertidos en el argumento del relato. La imagen fotográfica, los documentos audiovisuales, los mapas, textos completan finalmente el sentido narrativo del proyecto. Sin embargo, Sophie no se define ni como escritora, ni como fotógrafa. Con ella es preciso acostumbrarse a un objeto artístico cambiante, porque la técnica siempre se adapta al propósito. Su intención es crear historias y contarlas, no es esclava de ningún medio. Al contrario, se vale del medio para aportar pruebas que transformen la ficción en una realidad verosímil, incuestionable. Lo que hace realmente Sophie Calle es inventarse la vida de los otros para apropiarse de ellas, inventar su propia vida para perderle el miedo a la existencia.
Por eso la admiro.
A veces he visto obra suya disgregada en galerías. Dos fotos, tres textos, un plano…Fragmentos de proyectos que se entienden de forma literaria gracias al catálogo de la exposición. Todo exigía un esfuerzo, de empatía, de reconstrucción, de imaginario.
Ahora he visto un proyecto suyo, completo, abundante espectacular, en el Pabellón Francés de la Biennale de Venezia. Y quiero agradecerle su obra. Su enorme capacidad de llegar a los grandes temas a través de los pequeños conflictos diarios, en este caso, el conflicto de amor frustrado.
Todas las mujeres hemos recibido alguna vez una carta de ruptura. Y hemos respondido a ella. Con más letras inútiles. Con el silencio. Tal vez con la rabia. Yo una vez, en mi ingenua vida de pintora cree dos criaturas de Epoxi, blanco de zinc y carboncillo que contenían más infierno escrito que la Divina Comedia de Dante. Y las expuse. Allí estuvieron. Sus letras y las mías. Un mes entero, iluminadas, en aquella galería. Hice público el dolor privado. Estudiaba Bellas Artes y creía en ello, en el discurso intimista como base del arte, el objetual y el conceptual. Sigo creyendo que las grandes historias emanan de las intrahistorias. Es un exorcismo, un ejercicio de recuerda y olvida, pero también un sano envite de reflexión sobre la propia identidad y la identidad ajena. Y porque no, una pequeña y concienzuda venganza, una manera de cuidarse a si misma, de darse valor intelectual cuando el ser amado se lo ha quitado. Se lo ha quitado todo, incluida la autoestima.
Ella, dice, recibió un texto de ruptura de un hombre al que, dice, no supo responder. Pero paradójicamente, ha orquestado el coro de respuesta más heterogéneo y multicultural nunca visto. Sophie Calle, en su proyecto ha pedido a 107 mujeres de diferentes profesiones y nacionalidades que analicen, estudien y respondan a ese texto de ruptura íntimo desde su punto de vista profesional.
El resultado ha quedado registrado en notas, imágenes, grabaciones, audiovisuales y todo tipo de documentación gráfica. Es la memoria de los hechos. El pabellón se ha llenado de imágenes de mujeres que leen. Mujeres sin rostro, algunas, pero con atributos definitorios y cuidados, auténticos retratos sociales del S. XIX.
Si «las mujeres que leen son peligrosas» aún lo son más aquellas que analizan lo leído.Mujeres de todo el mundo, el primero y el último, de todas las edades, niñas que no entienden el doble sentido de las palabras insanas, «te quiero, pero te dejo», madres que aconsejan, criminólogas que destripan, periodistas que desdeñan, abogadas que subrayan el texto del hombre, de alguna manera el traidor, el abandonador, el elidido.
El propio acto de la lectura ha quedado registrado en esplendidas fotografías, la muestra del análisis, recogida en un libreto, incluso la interpretación artística se visualiza, por ejemplo, convertida en una preciosista danza Balinesa.
El hombre, que no dio la cara en la ruptura, está ahora ahí. En todo el pabellón. Al margen. Convertido en el margen. El hombre ha sido convertido en el pretexto, lo masculino queda convertido en objeto de arte, lo femenino en poderoso sujeto. Su texto íntimo, tal vez una de las pocas ocasiones en que un hombre, tan poco dados a exteriorizaciones afectivas, realiza un texto de esta naturaleza, ha sido traducido a braille, a otras lenguas, incluso al lenguaje de signos. Al ser interpretado y reinterpretado su talento como amante y las razones de su decisión son puestas en tela de juicio, son subestimadas, pensadas en frío por terceras personas, explicitadas, cazadas in fraganti.
La intencionalidad es descubierta y su habilidad con la palabra alabada como fruto de una cultura literaria puesta al servicio de un, ahora sí, fallido, lavado de imagen. El hombre, que tal vez pretendía salir indemne de esta aventura es el hombre universal, el hombre común, al que las mujeres de todo el planeta, por fin, responden desde sus enriquecedores y diferenciados puntos de vista.
Ellas escriben la historia, hacen la historia, son la historia. Lúcidas, profesionales, con la inteligencia emocional liderando el argumento del proyecto la duda se desvanece. Los roles se invierten, el orden patriarcal se rompe.
Sophie Calle, como Salomé, nos muestra en bandeja la cabeza del hombre que escribe textos privados, y la sinceridad de la mujer que escribe respuestas públicas. Y se honra, la capacidad de ambos, para ser lo que no se supone que son, para ampliar al fin los horizontes impuestos a hombres y mujeres, milenariamente por la cultura de género.
La escritora consultada dice que es un coro de muerte. Un duelo. Yo creo, afirmo, que es un coro de vida repleto de sentido del humor. Sophie desde la inteligencia y la sensibilidad femenina, nos habla de la multiculuralidad, de la mujer como profesional y de las múltiples realidades de una misma aparente realidad. Simplemente sublime.
Si las emociones se pueden ritualizar para que resulten un experimento indoloro, si se demuestra que la propia identidad es múltiple y está sujeta a cambios, si las cosas son distintas dependiendo de quien, como y cuando se miran, si recordamos todo esto, en todo momento, entonces estamos a salvo.
GRACIAS SOPHIE.
TREMENTINA LUX
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