Quién soy y qué hago

Soy TREMENTINA LUX, soy artista plástica, teórica y práctica de la comunicación audiovisual y los estudios de género. Pinto, escribo, leo, locuto, diseño, fotografio, reflexiono y analizo. Todo esto, sobre todo, me hace evolucionar como profesional y como persona, me motiva y me divierte. Creo este contenido para ti, que me lees y para mí, que también me leo. Soy del mundo y vivo en Valencia.

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Sant Donis Diwali

Frutas de barro y mazapán. Happy 9 d‘Octubre, Sant Donís Diwali

«Quizás para que los seres humanos se relacionen en el tiempo y en el espacio, sea necesario un esquema simbólico, lo que no quiere decir necesariamente que su creencia tenga que adoptar una forma sacramental». Mary Douglas.

He intentado hacer patatitas de mazapán rebozándolas con canela. La canela aquí es canela en rama. La he molido y se queda astillada, mis patatas parecen cocos. Bebemos agua de coco a todas horas, en los puestos callejeros donde los abren con un machete antes de ponerles una pajita dentro. El agua sale a presión, salpica. Luego la pulpa se puede comer, depende del tipo de coco. Es gelatinosa, la pulpa, mucho. El colorante morado lo he sacado licuando remolacha. Intentaba hacer figues, pero el morado no teñía y al final les he puesto cacao en polvo que me traje de Valencia y semillitas negras. Tienen un poco de pinta de dragon fruit.

La Piuleta y el Tronaor están bastante conseguidos. Para el relleno de yema dulce he tenido que asegurarme de que las yemas de los huevos no olían mal, los constantes casi cuarenta grados no le sientan demasiado bien a los huevos del Singapore Shop y toda precaución es poca. La glasa está hecha con azúcar de caña orgánica y sweet lime, se desparrama un poco y ha sido un reto intentar decorarlo. El amarillo lo he conseguido con turmeric podwer, y el verde de hojas de Tulsi no pigmentaba, así que mi Mocadorà es casi monocromática.

Aquí, este año, el 9 d’Octubre, el día de la Comunitat Valenciana, es el día previo al Ayutha Pooja, al Vijaya Dasani y al Diwali, el festival de las luces, que se celebrará en veinte días. Se conmemoran batallas contra los demonios y se celebran con ofrendas, sacrificios y bendiciones difíciles de entender, os dejo enlace por si os apetece ampliar. La India al completo celebra el Diwali estrenando ropa, regalando dulces y tirando fuegos artificiales. En Valencia, cada día previo al 9 d’Octubre, mi padre me llevaba a comprar la Mocadorà de Sant Donís, año tras año. Me llevaba primero en brazos, luego de la mano y finalmente íbamos juntos caminando por la calle.

Comprábamos el Sant Donís en la calle Santa Teresa que es una calle preciosa, como la calle de las curvas. Sorteábamos putas, traficantes, proxenetas, yonquis de heroína y unas cuantas cosas más, durante muchos años. Éramos prácticamente vecinos del Barrio de Velluters y después de un paseo maravilloso hablando de nuestras cosas, llegábamos a donde horneaban el mejor Sant Donís de toda Valencia, o al menos a mí, me lo parecía.

Todos los años, un día como ayer, mi padre acababa de trabajar pronto y nos íbamos juntos, en secreto, a recoger una Mocadorà para mi madre. Comprábamos una completa, con Piuleta, Tronaor, pañuelo y todo, y además, una bandejita de deliciosas frutas de mazapán para mí. A mí me encantaban los plátanos y las patatas. Cuando la hornera colocaba el último mazapán en la bandeja, me ofrecía uno y siempre ponía luego un plátano y una patatita de canela más. Antes de cerrarlo metía la tarjeta que contaba el origen árabe de los dulces de mazapán utilizados para conmemorar la llegada de Jaume I el Conqueridor y también para agasajar a la persona amada. Tierra de contradicciones y paradojas, lo sé.

Adoraba ir con mi padre a comprar el Sant Donís. Adoraba llevarlo en la mano, en secreto, envuelto en papel de regalo y con un cordelillo amarillo, con el que luego mi madre y yo, al destaparlo, jugábamos a ese juego de manos indio, o árabe, no lo sé bien. Llevaba el Sant Donís en mi mano deseando abrirlo, deseando regalarlo, deseando compartirlo, deseando que durara un mes en la cocina de casa, para poder coger cada día una frutita de mazapán que me llenara la boca de felicidad. Un mes aguantaban los rábanos y las judías, las últimas frutitas del desierto, como dicen en México.

Hoy junto al templo hinduista de Mylapore (una falla de sección especial indultada enterita) he visto frutas de arcilla y madera policromada. Las venden a miles, junto con los Vishnu, Ganesha, Laksmi, Shiva, Krishna… y treinta y tres millones de dioses más. La fruta estrella es el coco abierto. También venden bananas, lady fingers, chilys, melones, mangos y amroods, incluso pequeños sitares, como en la escuraeta.

Sigo. De la calle Santa Teresa pasábamos al Tros Alt, y luego al Mercado de Mosén Sorell, y saludábamos a Toni en su quiosco, y luego, enseguida, subíamos las escaleras de casa y escondíamos el Sant Donís durante dos minutos, hasta que sorprendíamos a mi madre y mi madre se hacía la sorprendida, año tras año durante veintiséis años…

En Mylapore estábamos a casi cuarenta grados, en Covelong, la playa, a treinta y seis. Aquí no sé cuanto aguantarán las bananitas de mi Sant Donís, porque todo se corrompe deprisa. Los cangrejos llevan a sus hoyos de arena cientos de libélulas, las hormigas rojas, los geckos y los cuervos se asoman a ver si algo de comida me sobra y si no, en cinco, cuatro, tres, dos uno, la humedad hace el resto.

Mi padre era un enamorado de todo. Un enamorado de la Valencianidad, que es algo parecido a la Francesidad. Del Corpus, de la Geperudeta, del 9 d’Octubre, de sus amigos y su profesión, de las Fallas, de los domingos en la Lonja y el rastro, de la Paella, de Blasco Ibáñez, del Palmar, del teatro en Valenciano, de la electricidad y la electrónica, de la Virgen del Carmen y de la Senyera, de los inventos, de las verbenas de San Juan, del Vedat, de las Arenas, de los moros, de la pólvora, del laboratorio fotográfico, de los catafalcos, los llibrets, del Truc, las maquetas, la música de bandas, de Sorolla, la ópera, de sus viajes a Barcelona, sus alumnos, la Fira de Juliol, el bricolaje, la ciencia divulgativa, els Miracles, la Seu, los Reyes Magos, de la Agrupació de Falles del Barri del Carme, los misterios de las Pirámides de Gizá, de su familia, de mi madre, de mí… y del Sant Donís.

Mi padre, en verano, se parecía mucho a los custodios de los templos Hinduistas, con una barriga generosa y esa tela blanca, fresca, envolviendo la cintura y las caderas mientras ponen velas y cantan desafinando, incluso un año se vistió de Cirialot, dale si se parece o no. Mi padre dormía en posición de flor de loto, con sus cien kilos a la espalda y le regalaba elefantes a mi madre, que habiendo nacido sin saberlo, como Gandhi, un dos de octubre, no ansiaba otra cosa que tener un elefante en casa, por animal de compañía.

Ahora pienso, después de vivir mi primer Ganesh Chaturthi que dentro de tanta valencianidad, ambos llevaban dentro, misteriosamente y en silencio, el germen más traditivo de una India que nunca conocieron y que ahora yo descubro. Que los seres humanos compartimos más de lo que nos diferencia. Que las diferencias son matices de color, entre el turmeric podwer y el Pimentón de la Vera, entre tirar elefantes de cartón piedra al Golfo de Bengala como si fueras a la recogida del Ninot, o quemar fallas como templos, una noche antes de la primavera.

El año que murió mi padre fui a comprar sola el Sant Donís para sorprender a mi madre. Para que mi madre y yo misma, no nos quedáramos sin nuestra amada sorpresa. Bajé por el quiosco de Toni, lo saludé, seguí por el Tros Alt, enfilé la calle Santa Teresa y al llegar allí, allí, allí, nunca llegué. Recuerdo mi estupor, El Estupor, con mayúsculas. Me recuerdo llorando, mucho, me recuerdo llorando y lloro. Estaba ahí, estoy, mirando impotente, no lo sé. Estoy ahí, junto a esa persiana cerrada aquí, en India. Esa persiana sucia, polvorienta, abrazada a esa suciedad, a esa persiana, golpeándola. Cerrada, buscando algo, un cartel de defunción, un cartel, un teléfono, algo. Y pasa un coche y otro coche, y una Royald Enfield con cinco personas encima, y un Rickshaw y perros y vacas y una vaca orina en la acera, sacralizándola…

Es el octubre que dura eternamente. La pastelería ha dejado de existir y yo golpeo su persiana. Y lloro. Y tengo las manos llenas de carbonilla en el barrio de las prostitutas. Y nadie me mira y nadie pasa, es la soledad. Estoy sola y vuelvo a casa sola, con las manos vacías, sin cordelillo, sin nada que compartir… Y cuando escribo esto los cuervos grajean a miles en las copas de los banianos y las acacias. ¿Cómo explicarle a mi madre, que mi padre había muerto de verdad?

La pastelería ha cerrado, esta cerrada. El exilio, los adioses al sabor que amas, tantos adioses, treinta y tres millones de adioses. Jamás nunca más ese mazapán en mi boca, jamás el sabor de esa almendra suave y amarga, jamás la textura tierna de las frutas, jamás ese olor dulce, jamás repito, jamás, nunca más en mi esa Mocadorà, mi Rosebud particular. Y no recuerdo su nombre, el de la pastelera gigantesca subida a la tarima de madera, ni el de su tienda, ni el de su marido. Solo recuerdo ese “entrar allí”, en ese horno iluminado por tubos de neón blanco, y soltarme corriendo de la mano de mi padre para ir al mostrador y pegar mi cara en el cristal, tras el que se amontonan aún hoy, con esa belleza sibarita, todas las frutitas deliciosas y mágicas que solo crecen una vez al año, en mi tierra, en Valencia, en Sant Donís.

Este año he comprando huevos en el Big Bazaar, azúcar ecológica en Terra y almendra en el Tryst Café. Aprendí a comprar la Mocadorà en otras pastelerías, aunque nunca me gustó tanto como la Mocadorà que recogía con mi padre. Al año siguiente le regalé a un chico una Mocadorà envuelta en un boxer de corazones, porque él no gastaba pañuelos para el cuello y no tenía ni idea de que la Piuleta i el Tronaor existieran. Nos la comimos sin ropa, claro. Y ayer me puse manos a la masa, en India. El exilio te vuelve iconoclasta, sacrílega, irónica y superviviente.

Tengo amig@s “progres” que abominan de los tópicos folclóricos. Tengo amig@s “conservadores” que abominan, o temen, que a los “progres” les gusten las tradiciones valencianas y las vivan con lo que consideran cierto sentido apropiacionista. Tengo amigos y amigas de muy distinta ideología y amo sus controversias y su espíritu apasionado, aunque tanta pasión por exaltar las contradicciones a costa de la armonía, desde el punto de vista no solo antropológico o del patrimonio cultural, sino energético, es desde aquí un sinsentido. Y me alegra, por fin, poder decir en voz alta que somos puente entre lo legado y lo por legar, que en nosotr@s, armoniza y se transforma.

En la brutal intensidad de la diferencia que nos iguala se revela la infinita conexión humana. Tod@s somos una sola cosa y lo mismo, no hay tiempos, no hay distancias, solo cuerpo compartido que evoluciona al unísono.

Agradezco que mi padre fuera un loco enamorado de su tierra, sus raíces y sus tradiciones, que me las transmitiera con amor, porque eso es la identidad. La identidad no es la pelea sobre las señas de identidad. Cuando te expatrias compruebas que todas las teorías acerca de que la identidad de un pueblo no existe para los demás sino como estereotipo comestible, son ciertas. Ya he comprobado en varias ocasiones que como realidad profunda, transmitible y auténtica, solo existe lo que amas como persona. Lo que tus ancestros te transmitieron de forma loca, compulsiva y enamorada para que puedas re-formularlo cuando no tienes los ingredientes, como te venga en gana. Porque en esa esencia intangible de afirmar que una Mocadorà que en nada se parece a una Mocadorà es realmente la Mocadorà de tu vida, te va la salud emocional. Y en esa creencia sucede la transustanciación de la patata en coco. Es decir, en India aceptamos coco como fruta de la Mocadorà.

La identidad es lo que llevas dentro. Lo que amas, lo que perdiste y lo que buscas. En lo que te reconoces, lo más primario, el olor, el sabor, el sonido, el recuerdo, el abrazo vivido con amor, incluso el odio, la lucha y el desarraigo. Lo que aprendes de l@s otr@s, de lo que te contaminas, como decía la canción, a lo largo de tu vida. Y es cambiante y sin embargo, inexpugnable e indiscutible, siempre. Porque mientras se construye y se deconstruye, te pertenece y le perteneces a rabiar, no más.

Esto es lo que yo entiendo por autodeterminación identitaria: la sinceridad con que la que, cuando nada queda de lo que conoces excepto tu, nuestra pastelería, la de mi padre y mía, vuelve a abrir su persiana en las calles de Mylapore para servir a los enamorados de la vida. ¡Venid! Entrad! ¡Tenemos frutas de barro y mazapán!*

Feliç 9 d`Octubre, benvolguda família valenciana! Happy Ayutha Pooja, Vijaya Dasani y Diwali, dear indian family!

TREMENVALETINA INDIANLUX

*El título se lo dedico a mi prima, que unas navidades, siendo yo niña, me dio a probar unas deliciosas olivas de barro que parecían de mazapán. Esa es la idea y ese es el sabor, como decía Woody Allen, tragedia más tiempo igual a comedia. Yo también te quiero prima, gracias por la inspiración ;-).

 

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