Quién soy y qué hago

Soy TREMENTINA LUX, soy artista plástica, teórica y práctica de la comunicación audiovisual y los estudios de género. Pinto, escribo, leo, locuto, diseño, fotografio, reflexiono y analizo. Todo esto, sobre todo, me hace evolucionar como profesional y como persona, me motiva y me divierte. Creo este contenido para ti, que me lees y para mí, que también me leo. Soy del mundo y vivo en Valencia.

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Carolina, trátanos bien…

“Nuestra piel es el mayor órgano del cuerpo, nos protege y nos pone en comunicación con el entorno, contribuye a mantener íntegras nuestras estructuras internas y es diferente en cada especie. Así como la piel se comporta, así se comporta también el lenguaje en el cuerpo de lo social”.
TREMENTINA LUX

Este es el techo del Salón de Cristal del Ayuntamiento de mi ciudad. Cuando entré el otro día se me erizó la piel porque recordé que yo había estado allí mismo hace cosa de treinta y tantos años, recogiendo un premio de manos de un alcalde y que tengo una foto del momento, con el flash reflejado en todos los espejos, una imagen que no sé donde andará.

¿Porqué me dieron un premio?
Te lo cuento, me dieron un premio por mi dicción en valenciano. Por cómo hablaba valenciano en público con apenas cuatro o seis años, no recuerdo. Por el entusiasmo y la emoción que era capaz de transmitir a un auditorio lleno de público experto. Por recitar poesías exaltadas de amor hacia la tierra de mis ancestros. Por cómo lloraban y reían y aplaudían locos de euforia, incrédulos ante aquella chiquilla experta en declamar poesías valencianas, en la que yo me había convertido, educada en la retórica, año tras año.

Desde entonces no había vuelto a entrar en el Salón de Cristal de nuestro Ayuntamiento porque ha estado veinticuatro años clausurado hasta que hace dos semanas el nuevo equipo de gobierno decidió abrirlo sin condiciones para que pudiéramos volver a disfrutarlo, como la casa nuestra que es.

El caso, Carolina, es que te cuento esto porque he escuchado tu discurso en la investidura sobre el uso del Valenciano, y acabo de enterarme de que tu padre es ese experto en ciencia que ahora anda comercializando mapas de inteligencia emocional y he pensado que quizás un post emocional y sencillo en el que también te hablaré de mi padre te haga reflexionar acerca de esta pregunta: Carolina, sinceramente, ¿tú sabes lo que ha sufrido nuestro pueblo por la vieja guerra lingüística? ¿Qué interés tienes ahora en que odiemos de nuevo el Valenciano? ¿No te parece socialmente tóxico, para entendernos, poco ecológico?

Pensarás que yo era una niña aldeana que solo hablaba valenciano. Te equivocas Carolina. Yo era una niña capitalina que solo hablaba Castellano, como se llamaba entonces el Español. ¿Te das cuenta de en qué idioma te escribo? Te escribo en Castellano porque mi padre y mi madre, Valenciano-parlantes entre ellos y sus familias de origen jamás me hablaron en valenciano. Jamás.

Mi padre y mi madre se sentían orgullosos de que yo declamara en valenciano porque era la lengua des sus ancestros. Y el alcalde me daba premios año sí, año también, o igual me lo invento y solo gané una vez. El caso es que al margen de eso, Carolina, mi relación con el valenciano se reducía exactamente a nada más, porque mis progenitores no podían educarme en valenciano. Primero, porque el Valenciano no entraba en los planes de estudio y segundo porque en aquella época el valenciano, Carolina, se hablaba requetebién en los pueblos, pero como sabrás, o deberías saber, por una nefasta influencia Castellana, era repudiado y resultaba vergonzante su uso en la capital. Sí, mis padres no querían educar a su hija en una identidad estigmatizada, pero les parecía legítimo que glorificara con mi dicción en el ámbito folclórico-cultural, la lengua en la que aprendieron a amarse ellos y sus antepasados, los míos también.

Vamos a hablar de amor, Carolina.
A mi padre lo llamaban cariñosamente en el ámbito familiar Senti, tanto su familia como mi madre. Yo jamás le llamé así. Por si no lo sabes, Carolina, Senti es un diminutivo valenciano de Vicente. Hoy me doy cuenta de que hasta su toponimia familiar me estaba vedada, de que llamarle así me resultaba lejano, usurpador e inapropiado. Es decir, la guerra lingüística que soterradamente marcaba nuestras vidas en aquellos años setenta, me impidió llamar a mi padre por su verdadero nombre de pila, Senti, sin cursivas.

He visto que naciste en Washington por la misma época en que yo nací en Valencia. No sé que fue de tu vida después, pero intuyo que el conflicto lingüístico en que nos vimos inmersos en aquellos años no te ha interesado desde un punto de vista emocional, como es el caso de otras personas que ejercen con responsabilidad su cargo. Que todo esto te queda suficientemente lejos como para explicártelo aquí, sencillamente, y que puedas entender la falta de respeto y empatía que puede haber supuesto un discurso tan cargado de odio e incriminación contra el idioma de tantas personas maravillosas que se aman, se entienden y se expresan en él.

Seguimos Carolina, cuando llegué al instituto en los años ochenta la cosa cambió. Estábamos de enhorabuena, el Valenciano entraba por fin en los planes de estudio, iba a ser legítimo aprenderlo. No sabes con qué ilusión me aferré entonces a los cuadernillos recién comprados, aún recuerdo su olor a tinta fresca y cómo le dije a mi padre llena de orgullo: -Papa, yo ahora os enseñaré a escribirlo, ¿vale?

¿Sabes qué pasó entonces, Carolina?
Yo te lo explico. Ni una sola de las palabras que escuchaba en mi casa, cuando mi padre y mi madre hablaban entre ellos, o en la falla, o en el mercado, o en la peluquería, o en las calles del barrio, ni una sola de las palabras que declamaba en voz alta a todo trapo, Carolina, ni una sola construcción gramatical era correcta. Nada de lo que yo podía escribir intuitivamente era aceptable como valenciano normativo, todas las palabras valencianas que yo conocía y que habían educado y modelado mi escucha lingüística, eran lo que se conoce perversamente como castellanismos. Y esa, la caza y captura del castellanismo ha sido durante muchos años la dura norma que ha regido los exámenes de capacitación.

Jamás aprobé a la primera un examen de Valenciano. Miento. Aprobé a la primera un examen final en bachillerato porque ese día visitamos la fábrica de Cerveza Turia y corrían los felices años 80.

Perdí muy pronto la paciencia por una lengua que no parecía relevante, que me era absolutamente imposible aprender y que entraba en conflicto directo con mi experiencia vivida durante la infancia. Incluso deseé ser de Albacete, para poder aprobar mejor o de Sueque para suspender siendo nativa. Y tú pensarás, -¿y cómo que tu padre y tu madre tan valenciano parlantes, no hablaban entre ellos bien? Pues muy sencillo Carolina. Apenas sabían escribir en Castellano porque su escolarización se truncó con la guerra, puedes leer más sobre esa historia aquí. Y apenas sabían hablar valenciano porque después de la guerra el Castellano se impuso por la fuerza y por la persuasión. El Valenciano quedó en un segundo plano, desvalorizado y discriminado, cuando no prohibido, transmitido solo oralmente de generación en generación, y cuando quisimos darnos cuenta tod@s estábamos de mierda, lingüísticamente hablando, hasta las orejas.

Y ahora voy a hablarte de hoy, Carolina.
Primero te hablaré de que he tenido la suerte de conocer a gente maravillosa de maravillosas aldeas que no merecen en absoluto el trato despectivo con el que has utilizado la palabra que define su entorno vital, aldea. Porque son lugares y gentes llenos de magia y sabiduría ancestral, cuyo conocimiento del medio mucha falta nos va a hacer si queremos que este planeta sea un hogar más sostenible. Y me sorprende que con tu trayectoria ecologista hagas de la palabra aldea una palabra cargada de prejuicios e ignominia.

Bien, dicho esto te diré que leo y entiendo perfectamente el Valenciano desde siempre, pero no he hablado sin pánico escénico hasta este mismo año y aún no lo escribo sin ayuda de la corrección que me ofrecen las formas valencianas del Soft Català. Hoy hace tres años que me estoy reconciliando con el Valenciano y que comienzo a hablarlo y escribirlo sin la paranoia de ser aplaudida y premiada por mi dicción y mi entusiasmo, o castigada y suspendida severamente por mis castellanismos. Yo no soy una excepción, en esto mi experiencia es una experiencia compartida por toda una generación. Ahora muchas personas tenemos la suerte de contar con otras que nos escuchan sin juzgarnos cuando lo hablamos. Personas que nos aceptan aunque nos equivoquemos. Personas con las que aprendemos a hablarlo de verdad y recuperamos el Valenciano como el verdadero lenguaje del amor.

Esas personas son nuestros nuestros hijos y nuestras hijas, incluso a veces nuestros sobrinos y nuestras sobrinas. Son personitas pequeñas que estudian en un colegios públicos, laicos y en valenciano. ¿Y sabes qué Carolina? Qué no hemos escogido esos colegios por ser ni pobres, ni ricos, ni aldeanos, ni cultos. Los hemos escogido por la calidad humana y profesional de sus docentes, por el alto nivel de sus resultados académicos y emocionales, por la armonía y la responsabilidad con que cada persona ejerce su papel en la educación.

Hemos elegido esos colegios porque allí no les adoctrinan en los dogmas de fé incuestionables de una única religión, sino que pueden aprender libremente que las religiones son una pulsión antropológica común a toda la humanidad, con sus diferentes variantes y sus diferentes perversiones jerárquicas. Los hemos elegido porque la educación pública es la única forma de garantizar que sea cual sea tu origen, tus capacidades o las necesidades especiales que requieras vas a poder aprender exactamente igual que otras personas diferentes a ti y vas a poder hacerlo en su compañía, sin exclusiones. Y sobre todo porque la línea en valenciano les garantiza, en un ecosistema castellano parlante, un bilingüismo real. Esto, con la naturalidad con la que sucede, Carolina, es bello y enorgullecedor. ¿Por qué lo repruebas y lo tergiversas?

Te das cuenta, Carolina, elegimos esta clase de educación para que l@s niñ@s de hoy en día puedan elegir de verdad su confesionalidad o su aconfesionalidad, para que puedan elegir la lengua en la que se expresan y para que tengan un conocimiento y un respeto profundísimo por la diversidad social y cultural valenciana. Tres grandes privilegios que su magnifica educación pública, laica y en valenciano, les proporcionan a diario. Sobre esto también escribí aquí.

Por todo ello Carolina, me gustaría que recapacitaras.
Que reflexionaras íntimamente si puedes explicarle a las personitas que estudian en colegios públicos, láicos y en valenciano y a los niñ@s que estudian en las aldeas, qué significa que los consideres despectivamente pobres, o aldean@s, o por qué les dices que jamás llegarán a poder competir con Finlandia por aprender a leer, escribir y hablar dignamente la lengua de once millones de hablantes, entre los que se encuentran sus seres más queridos. ¿Por qué les dices que aprender Valenciano es poco útil para encontrar un empleo mejor en el mundo neoliberalista que les va a tocar vivir, si no van a poder quejarse en ningún idioma?

¿Quieres que nuestros hij@s se verguencen de decir «Bon dia» en lugar de «Buenos días»? ¿Qué crezcan interiorizando que son inferiores por ello? ¿No te parece una barbaridad intelectual y emocional impropia de ser, no la hija de quien eres, sino una mujer cultivada que ostenta un cargo público en Valencia, nuestra querida y soleada tierra?

En fin Carolina, sobre todo, me gustaría que recapacitaras sobre la falta de responsabilidad social que supone volver a acuchillar gratuitamente con el objetivo de sacar rentabilidad política, la autoestima lingüística de personas que como yo y como tú, con cuarenta años cumplidos, encuentran por fin un modo saludable de restituir muy lentamente la pérdida patrimonial que supuso que tres generaciones dejáramos de hablarnos y entendernos en la lengua en la que sabíamos decir sin traducciones impuestas e ilegítimas a tota veu: T’estime.

“T’estime” es la única palabra que no necesito mirar en el traductor para confirmar que está bien escrita. Esa es la única palabra en Valenciano que he utilizado en mis discursos públicos. Esa es la primera palabra con la que puedo volver a amar la lengua de mi familia, la mía propia. La que abre la puerta a que perdone tanta batalla normativa, tanta capacitación excluyente y recupere la única finalidad posible de todas las lenguas, Carolina, la que nos han negado: construir y entender la realidad de nuestro mundo y poder expresar libre, verbal e intelectualmente el amor por todo lo que nos rodea.

Gràcies bonica, un petonet a ton pare.
TREMENTINA LUX

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