Quién soy y qué hago

Soy TREMENTINA LUX, soy artista plástica, teórica y práctica de la comunicación audiovisual y los estudios de género. Pinto, escribo, leo, locuto, diseño, fotografio, reflexiono y analizo. Todo esto, sobre todo, me hace evolucionar como profesional y como persona, me motiva y me divierte. Creo este contenido para ti, que me lees y para mí, que también me leo. Soy del mundo y vivo en Valencia.

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MINA SIEMBRA

Un cuento gótico anterior a Spotify

Voy a contaros la historia de Mina, la reina de la oscuridad

Es una historia que sucedió hace tiempo, cuando aún no existía Spotify y las bondades del lenguaje inclusivo estaban por descubrir. Sucedió en 2008 ó tal vez fue entonces cuando lo imaginé. Una tarde llegó a casa un paquete por correo postal, tampoco existía Amazon. El paquete no era muy grande y sin embargo, se auspiciaba inmenso. Mi nombre estaba manuscrito sobre el papel de estraza cálido y éste se encontraba a su vez amordazado a su contenido por una cinta adhesiva transparente y una cuerda de lino con una lazada.

Mi mano desató el nudo, que sonó al roce con la carne como una cuerda de sitar, y se deslizó por cada letra sintiendo el tacto de terciopelo de la tinta y el estremecimiento leve del papel humedecido bajo la presión, un poco sudada, de aquella otra mano que, apoyando su dorso en la textura la ensombreció con destellos de grasa corporal. Es así como percibí con la carne erizada la leve intensidad de la presencia del otro ser en el paquete recibido, de su monte de la luna, de su línea de la vida, de la garganta entre su índice y el pulgar, de su deseo y su voluntad anudando el lazo que yo acababa de desatar, de su ilusión y su sonrisa medieval. Apreté contra mi pecho y mi nariz aquel trozo de papel abultado y aspiré profundamente con los ojos cerrados el inicio del interior reconociendo entre otros olores de furgonetas y viajes el olor de aquel cuerpo menudo que lo envolvió, transportándome al momento mismo en que el acto de envolver y desenvolver nos conecta con lo más sagrado de la intención que hemos puesto en esa entrega mutua en la que nos ofrecemos y nos reconocemos, en la nos regalamos y nos recibimos como venas abiertas a la experiencia de la noche, un gesto que tiene algo de orgásmico y de espiritual.

Recibir un paquete postal manuscrito con un interior que latirá cuando lo abras es de alguna manera detener el tiempo, es convertirse en inmortal habiendo superado la prueba de la pérdida, del extravío, de la indiferencia, es conectarse en presente a un tiempo pasado que se encarna en la materia que abres y desnudas como si de un amante expectante se tratara, es dar a luz. Enviar un paquete con un alma dentro es así mismo arriesgarse al olvido, a la muerte, lanzarse al precipicio de la confianza con los ojos bien abiertos respirando porvenir. No creo que nunca haya recibido un paquete con un contenido tan prohibido y lujurioso (os habla una romántica y fetichista empedernida) como aquel, hasta hoy. Os hablo de un tiempo en que la música era un importante objeto de culto en nuestras vidas y la cultura y el arte, también.

La letra era peculiar. Cada letra. Determinada, respingona, altiva y sin embargo abrazadora, tierna en extremo, extremadamente frágil en su determinación, propia, audible, esquiva y posesiva a un tiempo, rotulada en negro. Reconocer tu nombre escrito por una letra que reconoces y pasar las yemas de los dedos por el trazo en bucle, esa emoción, una tarde que ya no será una tarde cualquiera. Y entonces, con sonrisa de enero mago, abrir el paquete convertida en sabueso. Los móviles no tenían cámara en aquella época, Instagram tampoco existía.

El momento en que lo abro se dilata. Porque he prometido encender una vela y ponerme una copa de vino siguiendo instrucciones rituales precisas mientras esto sucede. Así es mi vino el que sangra sobre el papel de estraza, el que deja la gota que todo lo sella, el que antecede a la presencia de «Mina», la que lo habita. Desgrano la fruta hincando los dedos en la pulpa, y sale la carta jugosa, como recién parida, como recién venida al mundo desde un mundo de ultratumba, porque ese estar y no estar a un tiempo tiene algo de misterio y de tortura.

El paquete contiene una carta manuscrita que abraza otro objeto dentro de sí. La carta es breve y muy intensa, está escrita con las palabras justas, como una canción y es tentadora y reservada y quieta y callada y calla tanto como dice. A la carta le acompaña una cajita de plástico transparente y dentro de la cajita un CD casi virgen. En aquella época los CD existían y había reproductores de CD’s en cada casa. Es en ese momento cuando aspiro de nuevo el incontaminado olor de ese CD también manuscrito con un imborrable, un permanente, porque todo lo que sucede esa tarde es permanente, es imborrable y la huella de su olor se expande inundando la pituitaria y el salón. Estoy sola en casa y la casa se ha llenado de presencias. Con la copa de vino en una mano y el CD en otra aprieto el botón Eject y la plataforma que nos llevará al espacio se ofrece libertina para deglutir el contenido de un paquete que hasta este párrafo nos ha tenido en vilo. Se lo traga, subo el volumen mucho, muchísimo, y empieza a sonar en susurros la canción que nunca entró en aquel disco editado, la canción prometida. Suena la canción en la sombra, la canción oscura, la hermana pequeña de todas las canciones, la que se queda en casa, la que no sale de gira, la que existiendo dejó de existir para el público. La canción privada que como una flor solanacea existe ahora solo para mí en la penumbra de esta escucha lúbrica, privada, solitaria, subrepticiamente hedonista y placentera. La mujer en la sombra escucha la canción en la sombra y ambas brindamos esa tarde firmando nuestro pacto creador con vino y absenta.

Después vino el cuento gótico que escribí y que hoy os comparto

El cuento que os comparto hoy, doce años después, me salió de tirón una tarde lluviosa en la casa con la ventana por la que se divisa el cementerio de la colina, junto al bosque. Me salió de las entrañas de la tierra humedecida por la tormenta de un invierno tan fértil como lleno de adioses. Es un cuento epistolar sobre el encuentro y el desencuentro, sobre las almas que conociéndose una vez se han conocido siempre. Rompe todos los cánones aristotélicos del conflicto y sin embargo es conflicto en estado puro. Habla también de los estereotipos del arte íntimo emanado de la feminidad sempiternamente adolescente y del arte público emanado de la masculinidad imbuido siempre de verdad y respetabilidad, de la imposibilidad de los sistemas patriarcales para concebir la creación confesional como respetable y la creación pública como mediocre, en tanto que  amputada en parte de su autenticidad existencial. El cuento se sumerge en los intríngulis de las influencias creadoras, el narcisismo, las fratrias masculinas, la soledad, las prohibiciones morales, el orientalismo, el más allá y los viajes astrales, también sobre el último viaje como viaje iniciático. Es un cuento secreto e ingenuo inspirado por una canción secreta que nunca entró en «Costa Azul» y que ahora se puede escuchar huérfana y sin embargo acompañada del repertorio de toda una vida profesional dedicada a la música, en el Spotify de Sidonie.

En el cuento gótico «Cartas para Mina» están las voces del Frankenstein de Mary Shelley, del Dorian Gray de Oscar Wilde, de Baudelaire escribiéndole a su madre, de la Marquesa de Merteuil y el Vizconde de Valmont de Choderlos de Laclos, del Drácula de Bram Stoker, de las cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Theo, de la O de Pauline Réage, de la propia Costa Azul de los Sidonie, de Flaubert y de la voluntad de lo imposible de Georges Bataille. Pero sobre todo está la esencia de ese ser y no ser contemporáneo y de un maravilloso crucero que zarpó desde Barcelona hacia el Mar Mármara y los Hamanes de Estambul donde perdí algo más que la maleta y me rompí en un velero algo más que el dedo pequeño del pie. Nunca lo publiqué, aunque escribí también el guion radiofónico de las «Cartas para Mina» justo en los días en que la mano de mi madre se enfriaba para siempre y quizás es por eso que dejé un ejemplar dentro de un búcaro en la tumba del mismísimo Baudelaire en Montparnasse.

El cuento, imbricación absoluta de personajes, música y delirante literatura todo en uno, volvió de vuelta al padre de Mina (esta historia tendrá que contarla él) y así cerramos el ciclo de la creación pública masculina y la confesional femenina justo antes de que todo se iluminara y se ensombreciera gracias a «El Incendio». Quizás lo rescato ahora de su secuestro confesional porque la voluptuosa novela de Marc «El regreso de Abba» me ha inspirado para darle alas a esta relación entre música y literatura acaecida muy góticamente entre nosotros, muchos, muchos siglos atrás.

Creo que en resumen, estos días nos hace falta a todas las personas mucho valor para salir compulsivamente del confinamiento emocional al que la situación nos tiene sometidas, para darle valor al arte y la pasión por la creación artística en la que nos amamos como seres humanos, para sacudirnos el miedo con la furia de un baño sin ropa en un vindicativo amanecer. Así que por eso tal vez cometo también este acto heroico, vital, alegre y ochentero de aceptar y darle voz y color a lo que nos importa y nos transforma convirtiéndonos en mejores vertebradores de bonita humanidad. Aquí os dejo el cuento escrito en la noche de los tiempos. Feliz estancia entre las flores del Mal y los Paraísos Perdidos, que los días sin abrazos nos sean leves y el tiempo se pliegue locuaz en nuestras manos.

Gracias siempre querido Marc Ros, enhorabuena por Abba y que cunda la inspiración.

TREMENTINA LUX

*La imagen es un boceto naif de Mina con las manos en la tierra, como yo la imaginaba, sembrando claveles solanáceos.

«Cartas para Mina»
https://issuu.com/navarro_julia/docs/cartas_para_mina

 

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