Quién soy y qué hago

Soy TREMENTINA LUX, soy artista plástica, teórica y práctica de la comunicación audiovisual y los estudios de género. Pinto, escribo, leo, locuto, diseño, fotografio, reflexiono y analizo. Todo esto, sobre todo, me hace evolucionar como profesional y como persona, me motiva y me divierte. Creo este contenido para ti, que me lees y para mí, que también me leo. Soy del mundo y vivo en Valencia.

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olas que se levantan

OLAS COMO PERSIANAS QUE SE LEVANTAN DE MADRUGADA


“Cada vez que te escribo quisiera escribirte como tú lo haces, expresarme con tus palabras, con la ayuda de tus medios imperturbables, tranquilos y al mismo tiempo tangibles. Tu lenguaje es como el reflejo de una estrella, Marina, cuando aparece en la superficie del agua, y alterado y perturbado por el agua, por la vitalidad del agua, por el correr de su noche, se escurre y surge de nuevo, pero ahora a una profundidad mayor, como habiendo tomado confianza en este mundo de espejos: siempre así, después de cada nueva desaparición suya: siempre más profundamente en las olas” .
Rainer Maria Rilke, carta a Marina Tsvietaieva.

“Tu eres aquello con lo que soñaré esta noche, aquello a quien yo apareceré en sueños esta noche”.
Marina Tsvietaieva en una de sus últimas cartas a Rainer María Rilke.

Sam dice que la palabra “suave” no está en mi vocabulario. Sam me hace reír. Sam dice, – suave, suaave, ¡suaaaaveee! Hacerme reír es su estrategia para debilitarme. Pero últimamente cuanto más frágil, más fuerte. Me río mucho con Sam, quienes nos han visto en acción dicen que mi risa se contagia, que mi risa es contagiosa y que vuela de boca en boca, como una paloma. Yo no me imagino una risa tan cursi, a estas alturas, más bien creo que se trata de un mosquito o un murciélago, el mismo que me besa desde hace tres noches las mejillas, los labios y los ojos mientras duermo. Sam es Argentino, imaginad pues lo bien que suena su “suaaave”.

Limpio cajones. Sale del cajón una nota que escribí a mano, hace tiempo: Desayuno, Tenormín, Urbasón, Daflón, Nimotop, Seguril, Comida, Adolonta, Boi K, Navixén, Trangorex, Cena Toriol, Nimotop, Daflón, Prevencor, Sintrón, Calcio y un Transtec cada tres días. Leo esto, lo leo con entonación o sin ella y siento nostalgia, deflagración. Cada día las palabras y el ánimo que son capaces de convocar, me sorprenden más. Hoy esta nota perdida se ha convertido para mí, en poesía.

“La última palabra” la tiene Paco Zarzoso, ahora, en el Teatre Micalet. Es un texto irónico, valiente, yo diría casi brutal contra el sistema de computación de las palabras. Y sin embargo, me hizo reír, casi tanto, casi más que Sam. La “Pasión de Juana de Arco”, esa bellísima película muda de Dreyer está en escena desde el inicio. Forma parte de la escenografía de una oficina de guionistas, seres de letras obligados a contar palabras, a desposeer tantas veces de valor a la vida y a la muerte y al conflicto que han perdido el don, han dejado de creer en ellas, en las palabras, han dejado de saber usarlas porque de tanto usarlas se han vuelto mudas. En la última palabra hay acción y hay fantasmas.

¿Para qué escribimos? Paco responde a ello en boca de uno de sus personajes. Es una sentencia que tiene el poder de la verdad dicha tomando un café o paseando por un Paraíso en Penumbra. Pensad en ello, ¿para qué escribimos? ¿para qué trabajamos? ¿para qué componemos? ¿para qué pintamos o fotografiamos o simplemente fichamos cada día? Pensad vuestra respuesta. Yo comparto la mía con el personaje de Zarzoso.

Ayer estuve en el Notario. Me veo obligada últimamente a realizar cosas que cambian mucho mi percepción del mundo. El Notario, con mayúsculas, es un señor que sabe leer, que lee magistralmente sin entonación. Para él, como para los productores de series televisivas, las letras son números, las trata así, cuantitavivamente, en horizontal. Vas allí, esperas varias horas, hacerte esperar es un síntoma de la importancia de su quehacer, que te va a costar una cifra de tres o cuatro dígitos. Entras a su despacho, que presenta ante tus ojos un contraluz perturbador. El Notario es un Pantocrator en su trono de maderas nobles, envestido de poder y empieza a leer en voz alta tu documento como si de una jaculatoria se tratara. Cuando la lengua del Notario se fatiga, -usufructo, usufructuario, usufructuaria, plusvalía- el Notario deja de leer, presupone lo escrito y sigue -bla, bla, bla, (textualmente) -bla, bla, bla, firma aquí- y señala con su dedo extendido, gesto divino donde los haya.

Su secretaria pone pegatinas en el escrito y te vuelven a hacer desesperar un par de semanas más. Al salir piensas, ¿que carajo he firmado, si ni siquiera me han dejado leerlo? Supongo que históricamente este señor sabía leer y los demás no. Él da Fe y tú, te lo crees, ese es el trato. No lo se, es un oficio curioso que no entiendo y no comparto. Exceptuando a los notarios, (ahora ya con minúsculas) que, a juzgar por su falta de entonación leen por dinero, los demás… ¿para qué leemos?

“La última palabra” me ha impresionado mucho. Confirma algo que intuía y que me produce escalofríos. Tengo razones para pensar que quienes creamos mundos posibles a través de la expresión hacemos posible el mundo que nos rodea. Lo expresamos y se crea, o se crea y entonces toma expresión, no lo se. Hay algo, o mucho de sobrenatural en todo esto. Hay palabras que anticipan hechos o que se solapan. Yo ahora dejo cartas en la tumba de mis padres como las dejé el año pasado en la tumba de Baudelaire. ¿Para qué pensáis pues que escribo? ¿para qué me lean? ¿para qué me respondan?…

Paco Zarzoso dice, bueno su personaje dice: – escribimos para que nos quieran, -Imbéciles, añade con eco. Sí, que pequeña gran verdad. Algunos y algunas escribimos siempre por amor. Escribimos para que nos quieran más, quizás para querernos más. Y leemos para amar a los demás, para amarlos más.

Esto, como un “suaaaave” dicho en una pista de tenis, suena muy entrañable cuando es compartido, como en el caso de Marina Tsvietaieva y Rainer María Rilke. Aunque por lo que tengo entendido, jamas estuvieron frente a frente. Él se aturdió primero y se asustó después ante la urgencia del encuentro que Marina deseaba, ante la necesidad de convertir en presencia la fisicidad. Marina quería ser poeta y no poetisa, quería inspirar y ser inspirada, una excepción en un mundo de musas pasivas.

Hay que ser valiente, sí, para aceptar todo esto, para escribir la última palabra. Hay que ser valiente. Quizás a eso se refería Rilke. La estrella frágil y fuerte se sirve del mar de palabras, pero jamás se ahoga en ellas, jamás pierde en ellas su brillo cegador y cada vez que escribe, que aparece o desaparece por amor, nace más profunda entre las olas.

Decidme, comentad aquí cerquita del corazón, abrid vuestra persiana a la madrugada, ahora que nadie os lee: Y vosotros y vosotras… ¿para qué escribís? O… como la Juana de Arco de Dreyer y otros seres a los que quiero, ¿para qué guardáis silencio? ¿también por amor? ¿para huir del amor?… Os espero.

Hoy es un día especial.
TREMENTINA LUX

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