Ayer desayuné una manzana Pink Lady con el corazón seco y me acosté escuchando el monólogo de Shylock en «Ser o no ser» de Lubitsch. Hoy me levanto pensado en reclamar mi Libra de carne, ya sabes, exigiendo que sea de la parte más próxima al corazón.
El post es largo y tú me importas. Así que cierra los ojos y dale al play. Hoy locuto para tí, puedes escuchar «LA ENTREGA» aquí.
LA ENTREGA
Él no puede verla
La niña está ahí. Sola, junto a la verja de cristal. A este lado la vemos sola, en su estulticia. Sola. Junto a la verja. Semidesnuda, casi desnuda, totalmente desnuda. Entregada. Cautiva. Sola. Está ahí. Ve entre las sombras los perfiles de sus captores. De su captor. Cada niña, su captor, se lo dicen entre ellas. Son muchos. Es uno de ellos el que tiene el control de la voz de cada niña. Del cuerpo de cada niña. De los espasmos de su vientre, de las amígdalas constreñidas, de lo que piensa, de lo que ama, de lo que siente. De su terror. Sola. Está ahí, sola. Hay multitudes que no la ven, que no la escuchan, que no la aman. Que pasan a su lado, la invisible, sola, aferrada a la verja. Es de noche, no lo he dicho. La noche en que la niña está de nuevo sola, temiendo, anhelando la sombra de su captor. Que sin verla, la sabe ahí. Todo es estructural. Ella sola nada puede. Él no quiere ver esto. El enorme poder de ella para imaginar la libertad.
El placer se reúne con ellos después del paseo. El paseo existe.
La niña implora. Oigo a la niña implorar desde mi balcón. Como esa mujer que anoche al empezar a escribir este texto gritaba en la calle: -Ayúdenme, por favor, ayúdenme!!!! La niña implora. Se agarra a los pies de quienes la detestan, de quienes la maltratan, de quienes la desprecian. La niña está sola, en su enorme fortaleza, en su angustia sideral, sola con los espasmos de su vientre, ya lo dije, con el silencio atenazado, obligada a no ser. A no ser, una y otra vez, anhelando los ojos húmedos en la sombra que la libere. Arriesgando su alma, como quien la vende en un mercado de carne, desguazándose en la imploración. Quemando su piel, marchitando su ira, devastando los bosques de su memoria, anhelando el viento fresco de ese aliento, en su aldea, aquella tarde, siendo libres los dos.
La niña llora. La escucho llorar en las letrinas, desde la mesa de mi ordenador. La niña dice: -no me lo puedo creer, lo dice hasta creerlo. Oscura y sola, implora grita, llora, muerde con rabia sus labios, y es la sangre. Recluida ahí, en la voluntad del otro. Extinta, presa, fiera en la letrina, ahogada, ya lo dije, en su tenaz voluntad de amor.
Lol dice: no soporto la locura, es más fuerte que yo. No puedo soportarla. Y se le quiebra la voz
Es uno de ellos el que tiene el control de la voz de la niña. El que la hace reír y llorar en su presencia. El que la llama a su presencia solo en su presencia. El que amordaza su llanto y su risa y su carne. El que la gestiona, la controla, la lubrica, la segrega, la injuria, secciona, divide, el que no la puede ver en toda su grandeza. Uno solo el que la corrobora en el barro, revolviéndola, imaginándola rota, roto él. Es uno de ellos el que la tiene consagrada con las piernas en alto, el que la nutre y la inaniciona. El que la hace callar y moverse, el que la desmiembra y la afloja, uno el que huele para ella. Uno el que la obliga a callar, a morir cada mañana, al despertar, desde hace tantos días que la niña lo sabe, la vida, sí la vida ya es entera entonces. No hay vida sin la presencia. No hay vida sin la sombra de la desaparición. La niña es infinita. La niña también es la nada. Cuando digo la nada quiero decir LA NADA. La niña es hoy LA NADA. Agarrada a la verja, sola, oscura, desnuda, semidesnuda, totalmente desnuda, entregada. La niña implora, suplica, llora retorcida en la horca de sus entrañas. La niña le dice a la nada que la ama.
Está exhausta, el calor vuelve a ser acre, se huele el cuerpo. Exhausto su cuerpo, como ella, tan infinito el cautiverio. Y se acaricia y se quiere y tararea ese pensamiento que vuelve a ella como un hormigueo lacerante, apoyada la mejilla en la letrina. El camino de hormigas la permea, toda ella, la recorre y le vibra en el pecho. Le entra y le sale de la boca, los oídos, la vagina, ese pensamiento organizado y laxo, menudo y tenaz, horadándole los orificios del sentir, entrándole y saliéndole del cuerpo, siendo cuerpo depredador y depredado, casi dormida, como una droga, en la salmodia de los días en los que el confín la devora. Sola. Sola.
El dolor aplasta. El dolor está sobre el cuerpo iluminado de la niña dormida. Y también sobre las sombras de las alcobas.
¿Qué es del captor esta mañana, soleada y clara? El captor duerme su sueño inutil, con los ojos abiertos, como todas las mañanas en que corrió por las venas la lujuria de la soledad y el miedo, vivido siempre acompañado de quienes le acompañan, armado, protegido, tolerado, con su partida de cartas y sus bravuconadas, con su orín vestigiando la tierra, con las muchachas enmarañadas en su abdomen, ciego y sordo y manco y mudo, y sin embargo, jajaja, alegre. Vestigios de humanidad artrítica, cobarde, dolida, doliente, encarcelada. Encarcelada, digo. Tú eres el preso. ¿Lo sabes, verdad?
Por tí la marea baja, la letra es regazo y el parque huele a cieno.
El captor oirá a la niña esta mañana. Lo he decidido. La oirá mientras te escribo. Y al escribir la oirá gritar, dolerse, morir y suplicar. La escuchará entonces, más allá de las barreras, las verjas y las seguridades temerarias de su clan. Escuchará la voz, y las entrañas creadoras de la niña. Y durmiendo al fin, escuchará el roce de sus manos arañándose los pechos y las sienes, escuchará crecer su pelo, escuchará el parpadeo sagrado de sus ojos de maga, escuchará las aletas de su nariz dilatarse con el anhelo de libertad, escuchará sus pupilas contraerse y abrirse al sol, como cuando lo mira, escuchará caer al suelo las células de su piel, escuchará los poros hacerse montes y la vulva océano infinito de sabiduría y paz, escuchará la sangre fluir por sus venas y el retorno inmenso de la esperanza. Escuchará la vida que es, la misma vida que son, la que late a los dos lados de la sombra y la jaula infinita que los separa. Y lleno de respeto y sabiduría, enmendada la pena y la ira y el terror a la entrega, el captor, mudo y ciego y manco hasta entonces, llorando y suplicando y supurando el miedo, como un camino de hormigas iluminado por las primeras luces de la vejez, el captor se entregará, como el niño que es. A la niña, sí, el captor se entregará.
TREMENTINA LUX © 2014
#BringBackOurGirls
#LaEntrega
#LasecuenciadelAmorUniversal
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