En los últimos años me he embarcado en proyectos de transformación social mediante la intervención artística en asociaciones culturales, entornos educativos, museísticos y demás.
Pero como a Thoreau me ha llegado el momento de sentir que cada vez que realizo un proyecto de intervención artística, que por imperativos del ente financiador deriva en un producto, acabo perdiendo una parte del respeto que me tengo hacia mí misma y añadiré, de la energía. He abierto esta parte del libro de Thoreau al azar pero entronca (nunca mejor dicho) con lo que quiero expresar, al margen de lo que Thoreau quisiera expresar por su parte, pues confieso que aún no he llegado a la página 227 que es donde se encuentra la cita.
Contemplación y no-acción
Fue Joan Fontcuberta quien nos advirtió en «Por un manifiesto postfotográfico» de la necesidad de cambiar la idea de conciencia autorial y dejar de hacer fotos compulsivamente, pues todas las que hay hechas son ya suficientes para encarnar visualmente cualquier tema y no solo no hacemos nada nuevo sino que no mejoramos mucho lo ya hecho. La clave pues está en dejar de construir imágenes y reciclar las que ya hay disponibles dejando de generar y acumular más basura visual, aunque sea por piedad.
Así que la contemplación y la no-acción, como postulaba también el taoísmo, son candidatas cada vez más a ser el no-proyecto que más me atrae. Diré que no he perdido la fe en el arte como categoría transformadora, sino en las ganas que la sociedad tiene de transformarse en un ecosistema capitalista de mercado donde ya no somos personas sino consumidores compulsivos programados, autoconvencidos y felices de serlo.
Pienso sinceramente que quien tiene necesidad de transformación no necesita convencerse de nada y que la persona que necesita ser convencida no va a transformarse jamás, porque su incredulidad comodona y patológica volverá en cuanto acabe la sesión arteterapéutica de la mano de una red social o una página experta en verdades oficiales en la que pasa sumergida mucho más período temporal del que puede soportar su inteligencia emocional y su comprensión lectora.
Pienso también que hay un excedente de proyectos y de acciones y de residuo resultante de cada acción en formato expositivo sea conceptual o objetual. Pienso que es además repugnante poner a personas creativas a producir proyectos y más proyectos, a agotarse en la sobreestimación de los concursos en los que gana una y pierden todas las demás, a procrastinar la creación real envejeciendo entre burocracia y plazos de presentación de instancias prejuzgadas sin que llegue a entenderse el alcance de su ejecución.
Pienso que es repugnante el mensaje de falta de abundancia que se lanza en las sociedades abundantes. Y el eterno juicio de valor materialista al que la creatividad es rabiosamente sometida en pos de su descrédito, agotamiento y alienación total.
¿De qué hablamos cuando hablamos de transformación?
Transformarse es darse cuenta de que tu conciencia creadora y amorosa supera tu cuerpo y tus circunstancias para conectar con una idea de pertenencia a la totalidad y bien común que no entra en conflicto con el bien personal, como en la diatriba clásica, porque el ego no cabe y el bien común es necesariamente colectivo. Es como un darte cuenta de dónde vienes, a dónde vas y qué haces en el planeta Tierra: lo de siempre, actualizado.
En esto, como dice Stefano Mancuso, el mundo vegetal nos lleva mucho adelanto, porque cada parte de un árbol o una planta vela por el bien común del resto de las partes y las decisiones se toman grupalmente. Imagínate que las raíces de un árbol tuvieran ego y quisieran crecer a expensas del tronco o el follaje, así sin fotosíntesis, explotándolos o aniquilándolos. Mal le iba a ir al árbol en conjunto. Hasta aquí se entiende, ¿verdad?
Vivimos una gran parte del tiempo en una realidad digital impostada que nos subyuga y nos atenaza, que crea falsa conciencia de los sucesos que vivimos e inocula una dependencia de lo nuevo, de lo último, de lo más, de lo pro. Las pantallas generan pantallas sobre la conciencia de lo real existencial y cada vez es más preciado encontrar un ser humano con voluntad de transformarse y transcender, o al menos capaz de conversar en un plano de igualdad con otros seres vivos atendiendo a la mínima expresión como el máximo descubrimiento.
El arte, en este sistema de dependencia de lo mediocre institucional ligado a la idea de escasez y meritocracia, defenestrado de las escuelas y esclavizado a ser un producto del mercado cultural no dispone del espacio y el tiempo que una transformación profunda requiere, por lo que por fin los tecnócratas lo tienen fácil para invocar la estocada final.
Sin embargo, esto es una oportunidad para el arte que no hace, para el arte que se enfoca en crear una experiencia extrasensorial de aproximación a la conexión multidimensional con lo natural, sin producto de por medio.
Cuando accedes a este modo de percibir, tu librería librería favorita se convierte de pronto en un cementerio de árboles víctimas de la soberbia humana con mensajes mediocres y llenos de egolatría (podría comparar librerías con macrogranjas ahora que están en boga, para que se entendiera el alcance de la cuestión). Los paseos descalza por el bosque embarrado o las conversaciones con los árboles ancianos y con los plantones nutren más que las conversaciones con los libros y las visitas a los museos, sin que puedas convencer a nadie que no haya escuchado ya la llamada de la selva, de esto.
Porque los libros y el arte tienen una limitación: son un producto humano y por tanto emanan de una inteligencia menos evolucionada que la vegetal y esto se nota. La joven araucaria con la que convivo me envía mensajes que enloquecían a Thoreau, pero ¿Quién iba a darle crédito a una cita suya en un post tan humano?
La lección no pertenece a quien la enseña, es la forma que la enseñanza utiliza para llegar a otro ser
El conflicto en definitiva es este. Me preguntan: ¿Y entonces de qué vas a vivir? ¿Y no es esta misma pregunta el mejor exponente de la lógica materialista que está arruinando el planeta? Volvamos al pobre Thoreau perdiéndose el respeto a si mismo por pescar cuatro pececillos en Walden e imaginemos su cara frente a un buque pesquero contemporáneo: ¿No es la sobrepesca un problema de sobre-acción? Perdernos el respeto, querido Thoreau, vendernos a la lógica para sobrevivir sabiendo que contribuimos al malestar, escribir un antipost.
¿De verdad si dejamos de hacer, no tendremos nada de qué vivir? ¿O será justo lo contrario? Que empezaremos a nutrirnos de lo esencial y descubrir la bondad de la naturaleza que nos rodea y a la que pertenecemos sin ambages.
Crear para quemar invita a meditar
Pues en este camino estamos. Contemplación y no-acción como procesos de poder. Empezar a entender lo que esto significa para recuperar la dimensión espiritual y práctica de nuestra humanidad. También para recuperar las playas y los mares y los océanos amenazados por toneladas de contenedores de mercancías inútiles para existencias inútiles, para haceres vacuos y saberes denostados.
Recuperar el silencio y las no-palabras. Dejar de ponernos precio, vivir en la abundancia de compartir, pensar en vegetal. Abrir las ventanas de la carne a la experiencia del amor incondicional. Repensar la vacuidad del hacer ante el imponderable Ser. Venir a vivir todo lo que la vida ha venido a enseñarnos: «Lo que necesitaba era vivir abundantemente, chupar toda la médula de la vida».
TREMENTINA WALDENLUX
#falliruma
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