«¡Qué éxtasis! ¡Qué borracheras de amor bajo aquel sol ardiente! Mi naturaleza era también ardiente y la sangre me fluía con rapidez febril por mis venas inflamadas de pasión […] Unas veces era la embriaguez de mi alma en aquel país maravilloso, bajo aquel sol único y los sublimes vuelos del pensamiento hacia las regiones serenas de la especulación, otras veces los dulces éxtasis siempre preñados de melancolía, los éxtasis del Arte, esa quintaesencia goce de goces». Isabelle Eberhardt
Venid conmigo a este parque de Roissy, la tarde se aventura cálida entre los cipreses. Jeanne y Dominique están en el interior de un coche solitario, aparcado en un recodo, junto a la verja. Las ventanillas se han empañado. Nos asomamos como fisgones, haciendo un cuévano con nuestras manos para poder ver el interior sin que nos molesten los reflejos. Nada. Encendemos un mechero y acercamos la llama al cristal, a la ventanilla empañada para intentar ver el asiento de atrás, nada. Escuchamos jadeos, y risas y voces, y verbos, sobretodo verbos. La grupa del coche se agita en la colina, sentimos curiosidad, ansiamos saciar la sed de verlos.
La oscuridad se hace en la tarde, pasan las horas y no sabemos nada de dentro de ese coche, de lo que ahí, en su tapicería mullida sucede. La verdad está empañada y la respuesta es un silencio, el del exterior que se hace presente en esa piedra sobre la que nos sentamos y cuyas aristas dibujan ya nuestras nalgas mientras el sol se somete al látigo de la noche. Yo insistiría. Tocaría en la ventanilla hasta lograr que Dominique o Jeanne bajaran lentamente el cristal dejando entrever sus rostros, su sudor, incluso su indolencia y entonces preguntaría: ¿Puedo pasar?
Y miraría, y escucharía, me limitaría a registrar para recordar, con todo el imperio de mis sentidos lo que allí dentro acontecía. Y ahora empieza, así que estoy dentro, y narro en presente porque esto es en verdad la vida, la vida que os cuento.
Jeanne y Dominique me sonríen y me dicen pasa, siéntate, escucha. Es un sí. Dominique está leyendo. Yo me hago la invisible. A estas alturas del relato se han olvidado de mi, y prosiguen su curso las frases de O: “- Aquí estarás, al servicio de tus amos…”. Jeanne está perdidamente enganchado a la historia que Dominique le narra. Tanto que cuando se publique bajo pseudónimo acabará prologándola. Dominique es su Sherezade. Cada noche le adelanta un fragmento y Jeanne, imagino, se desborda en dulces fluidos de amor corporal con sólo escuchar su voz, cadenciosa, adictiva, maldita y limpia, como un filo que acaba de cortar el paraíso.
Así se leyó, parece ser, por primera vez “Historia de O”: Al oído y para salvar el amor, o lo que es lo mismo, la razón de la existencia.
Dominique confesó la autoría de “Historia de O” a los 81 años. Durante todo ese tiempo vivió ocultando la verdadera pulsión erótica que se condensó, como el vaho en los cristales, en una obra magistral. ”Historia de O” se escribió para ser leída por fragmentos a un amante maduro, de forma furtiva. Y… ¿Porqué?, estas cosas son así de simples, Jeanne había comentado, “las mujeres no pueden escribir literatura erótica”. Una palabra del amante fue suficiente para desencadenar la maravilla. Algunas mujeres son así. Generosas, en ese arte creo, en el que está poseído por la vida.
“O” no nació para ser publicada, ni pública. Se escribió para atrapar el amor terrenal. De ahí que la narración sea extremadamente delirante, brusca y sorpresiva porque su fin era convocar el arte del enganchamiento y no precisamente literario. Puede, o no, interesarme la Historia de O, esa verdad me la reservo, lo que me fascina es la historia oculta, el subtexto intangible de Jeanne y Dominique, de todos los Jeannes y Dominiques.
No se en la vuestra que sucede, pero en la mía, cada día, cuando encuentro estas delicias, el arte supera a la vida.
TREMENTINA LUX
-más carbón, quiero llegar al Norte!
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