Quién soy y qué hago

Soy TREMENTINA LUX, soy artista plástica, teórica y práctica de la comunicación audiovisual y los estudios de género. Pinto, escribo, leo, locuto, diseño, fotografio, reflexiono y analizo. Todo esto, sobre todo, me hace evolucionar como profesional y como persona, me motiva y me divierte. Creo este contenido para ti, que me lees y para mí, que también me leo. Soy del mundo y vivo en Valencia.

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ESCRIBICIONISMO

«No debiste permitir que las arañas tejieran mi mano al teléfono»
Paco Zarzoso.

He pasado tiempo en un país que no es para jóvenes. He estado allí, de forma superficial. En la puerta del porche, tumbando el sol con ayuda de un refresco, con los ojos cerrados y el primer bikini del año saludando las carnes, con esa mezcla de aire frío y sol quemadizo típico de la primavera del interior.

Por la calle, asaltada por la grama y las amapolas, intermitentemente, pasaban los viejos, montados en sus tractores de domingo, sucios, toscos, con aire de labriego jubilado. Ellos me saludaban corteses sin saber si tras las gafas de enorme sol mis ojos apenas se entreabrían o permanecían cerrados, por no verlos, por no verme con sus retinas de sesenta años, educadas en las virtudes del trabajo diario, a mi, esa chica de la ciudad, venida a la prórroga del mundo rural a solearse y exponerse sin vergüenza.

Así que cada vez que he escuchado un motor he levantado mi mano de escribiente para devolver el saludo a manos que son tierra y dedos como arados y he vuelto a sentirme enferma de hedonismo, culpable de bronceado, con una especie de síndrome de Gabriel Solís metida a insultar sin pretenderlo, tan sin ropa, las buenas y recatadas costumbres de las hurdes imaginarias, de las mujeres con sayo y los hijos de Calvino, habitantes de hogares con muros de piedra, refugios húmedos de visillos donde aún permanece el olor a la última leña del invierno.

A ratos la luz cegadora me proporcionó visiones de Marjane Satrapí, imágenes complementarias de claro oscuro, de blanco y negro, de inocencia y crueldad extremas en un Iran real y atormentado. «Persépolis» que quizás es el libro más aurático y auténtico que he leído en mucho tiempo, estuvo allí, acompañándome, mientras fui una inmigrante urbanita en ese país de campesinos.

He leído en bikini historias de mujeres con chador. He pasado las páginas a la sombra. He buscado la sombra para no dejar de pasar las páginas. He buscado la noche sin luna para no abismarme contemplándola y poder acabar así de devorar el papel en el que Marji crece y se convierte en mujer, en ese quicio desquiciante entre el ser y la prohibición del ser.

Venía esa semana de ver Umbral, de la Hongaresa, con una nueva puesta en escena magnífica para un texto siempre entrañable, tenía aún en el recuerdo al animal musical que demostró ser Xoel, fieras sus venas de partitura, de la sublime transformación que obra la Coixet en nuestra forma de mirar el desnudo de Pe, y algunas impresiones jocosas del bigotudo Jean Tingueli paseándose con Niki de Saint Phalle por un vídeo irreverente en una comuna artística, en pleno monte, blandiendo disfrazado un enorme falo de trapo. Y todo este barullo, sin dejar de broncearme, con los ojos puestos en la mirilla interior, viendo sin ver, siendo sin ser las vidas de los otros.

Así, he vuelto a la verdad del día a día, pero aún no me he deshecho del síndrome de falsa Gabriel. Mujer frívola, dormida en bikini y manoseada por el sol de abril, siendo en esa tumbona nexo de unión entre mundos distantes que colindan tras las mientes, manos de manicura, manos de campo, manos que hacen magdalenas, manos de guitarra o guerra, manos de dibujo, manos de palabra que se aplauden, saludando intermedios, en un mismo aquí y ahora, un tiempo que puede o no ser presente.

El misterio de las vidas que nos toca en suerte vivir… o imaginar.
TREMENTINA LUX.

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